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Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


Como que no quiero terminar este mes sin publicar nada añadiendo mas vacío al vacío, como que necesito hablar y escribir pero no encuentro palabras para expresar todo lo que siento, mi cruz, mi dolor y mi sufrimiento.... voy a compartir un extracto de una novela que leí hace muchos años.

Extracto de El diablo se hizo carne de Vicente Barreras :

--.....“Cuarta palabra de Cristo en la cruz”: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.”
Lo peor de todo no era el sufrimiento. Lo peor de todo no era ver cómo dormían placidamente quienes más cerca estuvieron del Amor. Lo peor de todo no fue estar solo en medio de la noche orando porque quizás entonces no quedaba otra alternativa. Las gotas de sudor y de sangre cayeron al suelo. No había nada más. La tierra estaba seca.
Luego se oyó un tumulto de voces; una sombras medio humanas y de perros, los ladridos al fondo.
Le ataron a una columna, hacía frío. Primero se burlaron.
Aquel juicio tenía su poco de escarnio. Se oyó cortar el aire al látigo. Fue la primera vez que las risas cesaron, tenía que oírse bien cómo se estrellaba en la carne. Fue el primer dolor sordo. Los ojos estaban cerrados pero sabían que había sangre en la espalda. La madre estaba lejos. No había caricias de madre, ninguna mano fresca, ni una sola mirada. La memoria quiso buscar una madre, entonces sonaron las carcajadas. La sentencia era firme.
“¿A quién queréis que os suelte?”, dijo alguien, pero había tanto miedo en aquella voz que no cabía la esperanza. La sentencia era firme. Seguramente obedeciera todo a un imperativo eterno, inapelable. Los caminos de Dios son inescrutables. El tronco pesaba. Se hundía en las carnes, olía a madera y a sangre seca y en el camino había piedras. Casi no dolió la rodilla al caer al suelo; son caprichos de la sinrazón. No, la rodilla no dolía.
En la cima de aquel Gólgota, el sol estaba turbio, o eran los dientes renegridos de jueces implacables.
Ahora sí eran designios del Cielo.
Casi le tembló en la ano el martillo al verdugo, pero lo hizo bien.
¡Qué dolo tan agudo en la mano! ¿Dónde estaban los niños que se dejaron acariciar la cabeza? ¡También la otra mano! ¡Dios bendito!, ¿Por qué?
Luego otra vez el martillo, muy cerca de la cabeza. NO. No era piedad, era un rótulo, otra burla, ni un nombre siquiera: príncipe de no sé qué o algo parecido.
Lo peor de todo no era el sufrimiento, ni las espinas en la sien, ni el crujido sordo y seco de las costillas cuando izaron el madero. ¡Hacía calor allí!, ¿o era la fiebre?
La lengua estaba tumefacta y tubo que carraspear dos veces-
-¡Dios mío!... – oyeron que decía.
-... Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Nada. Ni un murmullo.
La sentencia era firma, y los jueces, implacables. Parecía un designio del cielo. Tenían que cumplirse las escrituras. Los caminos de Dios son inescrutables.
- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¡Qué solo estabas, Dios mío! No podías llorar por que se hubieran reído.
¡Qué solo estabas, Dios bendito, entonces! Seguramente esa soledad se llenara de miedo y doliera.
Son las cosas de la sinrazón, son matices de la angustia, espejismos del miedo.
Te han dejado solo. Tus discípulos, los ciegos a quienes abriste los ojos, los paralíticos a quienes hiciste andar, los leprosos que limpiaste , los muertos que resucitaste y todos los pecadores a quienes has perdonado. Todos te han abandonado.
Ya supiste de esto en el Huerto de los Olivos con un escalofrío entonces un sudor de sangre empapó tu cuerpo.
Sin embargo, quisiste seguir adelante. Te han azotado entre risotadas borrachas y bramido de tambores, te han ceñido una corona de espinas que burlonamente estrangula tu sien, has sentido en tu carne y en tu sangre el rubor helado de los clavos. Ahora estas en la cruz. Ya falta poco para tu muerte.
Pero tanto dolo no es suficiente. ¡Somos tantos los que tienes que redimir...! has querido sufrir también nuestra torpeza u nuestra duda. ¡Claro!, además de Dios eres hombre, como cualquiera de nosotros. Por un momento también has querido padecer la angustia de la tiniebla y de la soledad. Tu naturaleza humana, como la de cualquier hombre tantas veces grita desesperada:
“¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!
Hasta eso has querido sufrir para salvarnos. Tú, que eres Dios, que tanto amas al Padre, Tú, que eres la misma persona con Él, has querido sentir su abandono, ese dolor de la soledad más absoluta dentro de tu alma, de tu purísima naturaleza. Y todo para que tu muerte sea mas angustiosa, para pagar a mayor precio nuestra salvación.
¡Cuento nos amas, Señor!
¡Qué dolor tan intenso!, ¡qué pasión tan espantosa!, ¡que desgarro tan atroz dentro de tu Espíritu te arranca ese grito de fiebre!: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Hermano cofrade de la Siete Palabras, hombre, alma transeúnte que ahora me escuchas, hombre: ¿No reconoces tu voz?, ¿no son estas tus palabras?, ¿no has sido tu quien tantas veces ha dicho que estamos dejados de la mano de dios?
¡claro que para que tu te creas olvidado de Dios no es necesario que sientas en tu carne el desgarro de los clavos, ni que el sudor frío acompañe en tu sien la presión enloquecida de la corona de espinas. Tampoco es imprescindible que te abandonen tus amigos y que todo el pueblo se burle de ti y te escupa para que ya te sientas perdido. Para ti basta con que salga mal un negocio, con no haber conseguido el capricho que querías: seguramente te desesperes por que tu bolsillo se resiente de eso que llaman crisis y no vas a poder ir de vacaciones a donde te hubiera apetecido.
¿Cómo? ¿Qué te sientes solo? ¿qué te estas haciendo viejo? Sí, sí, ya sé, tus gravísimos problemas.
¿En realidad cuándo se resquebrajo tu fe?, ¿cuándo te pusiste la etiqueta de intelectual o cuando no llegaste a pagar los plazos del piso?
¡Por que poco te desmoronas!, ¡que poco hace falta para que te rindas! ¡que poquito vales! ¿Tu crees que mereces el precio que está pagando por ti ese Nazareno en esa Cruz?
¿No te das cuenta de que verdaderamente cuando te sientes perdido de quien dudas es de ti mismo?
Anda, levántate, no tengas miedo, venga, míralo de frente, si está muriendo por ti, si no te ha abandonado. ¿No ves que esta mirada inmensa de amor y entrega también te contempla a ti? Pues no te pongas el último, acércate un poquito, que te vea mejor. Puedes estar tranquilo, una sabio maestro en Salamanca, otra alma que sintió como nadie la agonía del cristianismo, también se levanto y dijo que nadie podrá andar muy lejos si alguna vez en su camino no ha sentido el cansancio, que no hay momentos mas luminoso en orden al autoesclarecimiento que la abismática congoja... Pues ¡ea!, adelante, y bendita sea la sangre que queda atrás si es memoria de un parto feliz. Mira, gracias al estremecimiento que produce en la tierra el rubor helado de la nieve, germina luego los campos.
Ya ves que no estas solo, que Cristo, el que te ama, ha querido sufrir contigo hasta la duda, y muere por ti. Ya ves, Dios no te abandona, que al mismo Dios le duele la angustia de su hijo y en todo momento está con Él, y Cristo se levanta triunfante. Esa es nuestra victoria, esá es tu salvación. Ahora procura creer también en ti mismo, que tu Dios cree en ti y te ama hasta el punto de darte su vida.
Mírale, los brazos extendidos en un abrazo universal y los pies clavados para esperarnos a todos.
¡Que gran lección, hermanos, de amor, de esperanza y de entrega!
Ahora conviene recordar las dos últimas líneas del Evangelio de San mateo, no se podría buscar un final mejor; son palabras del cristo resucitando: “ Y sabed que yo estoy con vosotros todos los día hasta el fin del mundo.”


Y como que la vida que me rodea esta llena de mensajes mágicos, reconozco cuan difícil es amar incondicionalmente.
Es curioso hace meses publique una letanía para abrir el corazón pensando en una amiga, quien me iba a decir que ahora me la tendría que aplicar... seguirá siendo la magia de la vida que te da y te quita.

Y termino recordando una de las pocas frases que escribí, realmente no se si es un mantra, pero contiene mucho, algo que te dice.... es cierto.


Nacemos para aprender a morir.


Comentarios

Hada Saltarina ha dicho que…
Hola Ana!

Hace tiempo que no te visito (bueno, últimamente no me prodigo tanto en visitas internautas en general) pero hoy me encuentro con este texto tan lúcido y a la vez revelador de una crisis. Sí, los consejos que damos también son para nosotros; eso es así, y por eso sabemos que podemos salir a flote.
Te envío mi cariño. Besos
Psicología Junguiana ha dicho que…
Hola Ana:

Llevo tiempo sin visitarte. Últimamente, no paro, la verdad. Pero hoy he visto el texto que has publicado, con un título revelador, y leo tu última frase: Hemos nacido para aprender a morir. Qué buena frase!

Un beso

José

PD.: A veces me ha parecido que los periodos en los que uno está bien no son sino fases intermedias entre crisis.
Miguel Schweiz ha dicho que…
Ana, son faces inevitables y tú lo sabes. Hay hechos, corcunstancias que nos empujan a un pozo, pero somos nosotros los que vamos haciendo eso mediante la emoción.

No queda otra que reaccionar, que aplicar otro mecanismo, porque el que utilizamos no nos sirve para luchar.

No podemos cambiar todo lo que nos rodea, así que con mucho esfuerzo tenemos que intentar hacerlo nosotros.

Besitos y venga, que la luz nunca falta y podemos hallarla siempre donde menos nos imaginamos. Trata de salir de ahí. Haz lo que sea, pero no te quedes...

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